miércoles, 23 de noviembre de 2011

Todas las canciones hablan de mí


Entretenida
 Aunque no es un estreno de actualidad, ahora que comienzan a gotear las noticias sobre la próxima edición de los premios Goya nunca viene mal dar un repaso a los finalistas de anteriores ediciones.
La ópera prima de Jonás Trueba debe situarse en su contexto personal y profesional: hijo del oscarizado cineasta Fernando Trueba y sobrino del guionista David Trueba, él no podía hacer otra cosa que tratar de destacar ante esos credenciales y, a su vez, apartarse de ellos.
Quizá es porque Jonás estaba buscando esa fórmula tan complicada por lo que estrenó su primera película cuando rondaba la treintena. Y quizás por eso le ha dado demasiadas vueltas y ha cargado su film de referencias cinematográficas, grandes alardes de cultura en diálogos a veces poco creíbles y ambiciones algo perdidas.
Y es que el melodrama romántico (y entretenido, sin duda) que es “Todas las canciones hablan de mí” parece que sabe donde va, pero a su vez no lo tiene tan claro. Durante la historia de amor y desamor de Ramiro y Andrea se masca la influencia de la nouvelle vague francesa en una versión light que sólo despunta en recursos como el interminable plano de la espalda del protagonista escuchando “La estación de los amores” de Battiato, pero que en definitiva no consigue aportar al discurso nada realmente significativo.

Y es que Trueba acude a este tipo de recursos para ilustrar la melancolía circular del protagonista porque su guión no parece capaz de ayudarse a sí mismo: de ahí que la división del film en capítulos no tenga sentido más allá de la intención de poner un orden y de transmitir una sensación de pérdida que no consigue comunicar simplemente con los diálogos. Es como si Trueba hubiese escrito una buena novela y se hubiese empeñado en proyectarla en una pantalla, sin considerar que la literatura y el cine no pueden ser iguales.
Pero no vamos a negar la capacidad del director para el cine. La película en sí es mejorable, pero presenta una técnica y unas ideas originales y positivas. Hay una especie de joya escondida dentro del drama: una destacable agudeza para la comedia, que sale a la luz con unos personajes secundarios que a veces son mejores que los protagonistas. De hecho, en ocasiones la historia parece narrada por un cómico escondido para mostrar a un personaje depresivo que no lo es tanto.
Usando las retorcidas referencias propias de un cinéfilo crecido en un ambiente también cinéfilo como es Jonás Trueba, se demuestra el nivel de ambición de esta película. Sin embargo también sucumbe y usa la música para suplir lagunas más que como elemento expresivo: deja que las canciones digan aquello que él parece buscar y no acaba de encontrar. En definitiva, Trueba puede decir que en esta película todas las canciones hablan por él.

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