martes, 29 de noviembre de 2011

Reportaje: Los célebres escritores malditos


John Kennedy Toole se suicidó a los 32 años porque no había podido publicar su novela La conjura de los necios, que póstumamente resultó ser una de las grandes obras maestras de la literatura norteamericana. J.D. Salinger alcanzó un éxito mundial con El guardián entre el centeno, y se retiró a vivir al campo en absoluta soledad diciendo que todo lo que quería en la vida era escribir para sí mismo. Son ejemplos de las inusuales vidas que se esconden detrás de algunas de las grandes obras literarias del siglo XX. A veces pasa que, detrás de una buena historia de ficción, hay otra real que es aún mejor.

John Kennedy Toole
En 1976 el prestigioso filósofo y escritor Walker Percy estaba siendo prácticamente acosado por una mujer mayor y enlutada, que cada vez que podía encontrarle agitaba delante de su cara un montón de hojas manuscritas. 
John Kennedy Toole. Fuente: El Mundo
La mujer era Thelma Ducoing, cuyo hijo de 32 años había introducido una manguera en el tubo de escape de su coche, la había colocado en la rendija que dejaba la ventana del conductor y había encendido el motor tras escribir una nota de suicidio. Percy, hastiado, le exigió a la mujer que le diese una razón por la que él debía leer la novela de su hijo muerto. Ella le contestó: "porque es una gran novela".

Y lo era. El señor Percy, como más tarde miles de lectores de todo el mundo, cayeron hechizados por la historia irónica, desternillante y a la vez repugnante de Ignatius J. Reilly, un esperpento literario totalmente original e incómodo, una mezcla sublime entre Don Quijote, Max Estrella y Tomás de Aquino.

Toole escribió una novela que destila una magia extraña, en la que la risa se combina con una sensación de tristeza y abandono que, de algún modo, consigue que el lector empatice con semejante personaje.

Las razones por las que Toole decidió acabar con su vida podrían residir en una fatídica identificación de la asfixiante vida de Ignatius con la suya propia. El escritor...
El escritor era el hijo único de una pareja mayor ya resignada a no tener descendencia y cuando John nació, su madre Thelma se implicó tanto en la educación de su retoño que acabaría reprimiéndole con su comportamiento sobreprotector.

Tras licenciarse en Literatura Inglesa, Toole escribió el primer borrador de La conjura de los necios mientras cumplía servicio militar. Pero cuando regresó a su Nueva Orleans natal, su actitud había dado un giro radical: se había aficionado demasiado al alcohol y vestía de forma excéntrica, casi calcando al protagonista de su obra. Algunos biógrafos atribuyen su caída a la frustración de no encontrar dónde publicar la novela, aunque otros apuntan a una probable homosexualidad ahogada por el trato de su madre.

Estatua de Ignatius en Nueva Orleans. Foto: kymberlykv
En enero de 1969, tras una fuerte discusión con Thelma, él se montó en el coche y viajó solo, cruzando el país durante meses. Cuando se encaminaba de nuevo hacia Nueva Orleans, encontraron su coche y su cadáver cerca de Mississippi. Junto a él estaba la nota de suicidio, que su madre destruyó y cuyo contenido no se llegó a aclarar.

Probablemente azotada por el remordimiento, Thelma dedicó el resto de su vida a realizar el sueño frustrado de su hijo.
La historia podría acabar ahí, pero no está de más destacar que desde que se publicó el libro, varios productores han intentado llevar la historia a la gran pantalla. Pero la mala suerte de Toole parece haberse contagiado a su legado, porque todos los intentos de crear una película se han visto interrumpidos: John Belushi, el primer actor que iba a encarnar a Ignatius, murió de sobredosis un día antes de la reunión con el resto del equipo.

Los otros actores que se consideraron para el proyecto (John Candy y Chris Farley) también murieron antes de que  se pusiera en marcha. Y cuando Will Ferrell estaba decidido a ser Ignatius en el cine, y el equipo iba a empezar a rodar en Nueva Orleans (donde se ambienta la novela), llegó el huracán Katrina y lo arrasó todo.

J.D. Salinger
Este escritor se codeaba con Hemingwey antes de que su rotundo éxito, El guardián entre el centeno, saliera a la luz en 1951 y se convirtiera en best seller ese mismo año. Su indudable maestría le ha asegurado un sitio en los planes de estudios de millones de adolescentes que se sienten profundamente identificados con Holden Cauldfield, el protagonista de la novela.

Salinger, ante la avalancha de lectores, dinero y, sobre todo, medios de comunicación, decidió hacer realidad uno de los pasajes de su libro, en el que Holden dice: "me gustaría encontrar una cabaña en algún sitio y con el dinero que gane instalarme allí el resto de mi vida, lejos de cualquier conversación estúpida con la gente".
Salinger agrediendo a un fotógrafo en los 80. Fuente: El País
También a los 32 años decidió abandonar su vida en Nueva York, pero no tan radicalmente como Toole: se compró una casa en medio del campo, en Cornish, al noreste de Estados Unidos, y desde allí siguió escribiendo relatos que son verdaderos ejemplos de literatura de calidad. Sin embargo hizo de su casa una especie de acorazado que no quiso dejar, y fuera del cual no se le vio nunca, hasta su muerte el año pasado, a los 91 años.

No se pronunció sobre la leyenda negra que adquirió El guardián entre el centeno después de que Mark David Chapman asesinase a John Lennon en 1980 y dijese que el ataque de locura que le había llevado a hacerlo había sido provocado por el libro. La única foto que se conoce, además de las de su anuario y las del servicio militar, es una en la que aparece golpeando al fotógrafo que se había metido en su propiedad. La única entrevista que concedió fue por teléfono al New York Times, y lo hizo, básicamente, para que le dejaran tranquilo.
"Hay una paz maravillosa en no publicar. Es pacífico. Tranquilo. Publicar es una terrible invasión de mi vida privada. Me gusta escribir. Amo escribrir. Pero escribo sólo para mí mismo y para mi propio placer. La gente cree que soy una persona extraña y distante,pero todo lo que hago es intentar proteger mi trabajo."

Thomas Pynchon
Salinger no es el único ermitaño de la literatura norteamericana. Pynchon ha escrito complejas y originales obras que han cautivado a la crítica, y también vive en el más absoluto secretismo. Lo único que se sabe de él es que fue alumno de Vladimir Nabokov, que sirvió en la marina y que está casado con una agente literaria de Nueva York. Y que escribe grandes obras difíciles de clasificar, como V, La subasta del lote 49 o El arcoiris de gravedad.
Pynchon en Los Simpsons. Fuente Adn

Su afán de anonimato se vio roto en 1997, cuando  un periodista de la CNN le encontró por la calle y le fotografió. Pynchon accedió a una entrevista en la televisión (con el rostro difuminado) a cambio de que no se publicasen esas imágenes.

Actualmente sigue escribiendo desde su escondite, haciendo guiños simpáticos como prestar su voz en la serie Los Simpson para doblar a su propio dibujo animado (que, por supuesto, apareció con el rostro cubierto con una bolsa).
Es curioso que todos estos casos se hayan dado en la literatura contemporánea norteamericana, en la que estos escritores u otros como Chuck Palahniuk (que se cree que pertenece a la Cacophony Society, una organización que busca el absurdo y luchar contra la cultura imperante, inspiración de su famoso Club de lucha) parecen personajes sacados de sus propios libros.

Parafraseando al escritor Tomás Blanco, en esta corriente literaria el único que tenía una vida normal era Vladimir Nabokov, y luego escribía sobre mantener sexo con niñas de doce años.

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