Destacable la magnífica actuación de María León, que aunque se pasa prácticamente toda la película llorando no se hace pesada en ningún momento y consigue conectar de una forma intachable con el público, transmitiendo una ternura infinita: cuando el espectador tiene que reír con ella, ríe; cuando tiene que llorar, es seguro que llora. Por tanto, merecidísimo el premio a Mejor Actriz en el Festival de San Sebastián.
Sin embargo el soberbio trabajo de la actriz es un arma de doble filo, ya que deja a los demás personajes hechos una caricatura de sí mismos: el desgraciado personaje de Inma Cuesta, aunque es la que está presa, no transmite en ningún momento ni la mitad que su compañera de reparto. Los demás personajes, especialmente los que forman el bando falangista, se presentan como parodias casi propias de Mortadelo y Filemón: la monja bigotuda, el guardia civil cabreado, las guardias de la prisión hechas unas machorras. Nada de empatía ni acercamiento por ese lado.
De este modo, se puede decir que María León salva una película que, más que hacer reflexionar sobre la guerra civil, lo que consigue es dejar mal cuerpo y un único pensamiento: "pobres los republicanos, qué malos los falangistas". No es que la película fuese buscando reconciliación y no la consiga: todo lo contrario. Pero ese mensaje ya ha sido repetido en tantas ocasiones a lo largo de la historia del cine español que se ha convertido en un recurso plano.
Sin embargo, constituye una buena película si lo que uno quiere es volver a la nostalgia y a la sensación de injusticia que, indudablemente, constituyó la guerra y la posguerra en España. Si se busca algo más allá de eso, no se encontrará aquí.
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